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Es que ninguna superstición parece suficiente ante una amenaza de tamaña envergadura. No nombrarlo aparece como forma de conjurarlo. Que nadie sepa de él, hacer silencio si, en medio de una conversación entre dos, advertimos que un tercero puede estar escuchando. Hacer de cuenta que no existe. Pero la realidad se impone, él no sólo existe, sino que acumula un caudal significativo de votos.
Ni su foto posando con un arma de fuego, ni el gesto que acompaña la descarga de una ametralladora imaginaria sobre un supuesto blanco conformado por petistas, parecen escandalizar a sus electores. Un anticipo de esta sensibilidad punitiva, segregacionista, xenófoba y confesional la tuvimos durante la transmisión en vivo de la votación del impeachment —en rigor del golpe de Estado institucional— contra Dilma Rouseff en el senado brasileño.
Recuerdo una conversación mantenida con el ex embajador de Chile en Brasil sobre esta escena dantesca. Todavía era temprano, pero el vagón ya estaba casi lleno. En su mayoría éramos mujeres. Había de todas las edades y filiaciones, amigas, madres e hijas, parejas, mujeres sueltas. Muchas llevaban remeras violetas, otras rojas, y había algunas con diseños especiales para la ocasión. El clima no era triste pero me vinieron unas ganas irresistibles de llorar.
En Cinelandia nos esperaban un conjunto de mujeres y hombres con carteles contra Bozo. Yo también alcé mi celular buscando registrarlo todo. El calor era soportable. A la derecha del teatro municipal se montó un pequeño escenario, aunque el acto culminaría con un show musical en una plaza ubicada a unas pocas cuadras.
Otra vez un nudo en la garganta. Cuando el sol comenzaba a caer me topé con una pareja de investigadores con quienes había compartido unos días de intensa actividad académica. Ellos son profesores de la Universidad Federal de Alagoas, Maceió. En esa ciudad cerca de la mitad de la población es pro-bozo y en la composición de ese porcentaje la clase media es mayoría —me dicen-. Una primera impresión de quienes apoyan al candidato de ultraderecha, la tuvimos apenas aterrizados en la ciudad de Río de Janeiro.